Danza Pedagógica

 
Un apesadumbrado docente se dolía con angustia y algo de enojo porque una estudiante irritada y desconsolada le gritaba en la cara que él era muy exigente, que cómo existiendo otros profesores más laxos él exigía y exigía.
 
El docente contó su anécdota a los cuatro vientos recibiendo adulaciones y voces cómplices que aplaudían su rigor y militante autoridad que despreciaba mediocres y flojos estudiantes.
 
Me quedé pensando en medio de un recreo largo, y de alguna manera me sentí aludido, envuelto en la mirada arrasadora de todos esos buenos docentes exigentes, me sentí controvertido, me cayó el guante.
 
Yo no soy un docente exigente, mis requerimientos en clase son distintos, necesito algunas herramientas de la didáctica, unos estudiantes con caras sonrientes y en el discurso un poco de ritmo y armonía.
 
He pensado que esto de la docencia tiene mucho que ver con el baile en pareja, se trata de saber coger el paso, caer en la nota, sacudir el cuerpo coordinadamente con la música y con el otro.
 
Para bailar no se necesita fuerza, ni imponer al otro el paso, se trata de llevar en conjunto lo que la música y su ritmo proponen; la música es el conocimiento, hay unos ritmos suaves y ensoñadores, hay otros arrebatados y densos.
 
Hay estudiantes que cogen el paso rápido y con claridad, hay otros en cambio que les cuesta más o porque  su habilidad requiere de  más ejercicio o porque el conocimiento es pesado o enredado; a veces el asunto no tiene que ver con la música, es el parejo, ese docente que no sabe muy bien caer en la nota o piensa que sabe mucho y cree que es imposible que el otro lo haga.
 
Yo quiero en mi aula una danza de ideas, quiero que aprender sea una fiesta, quiero que la música que propongo sea inspiración para que el estudiante proponga la suya.
 
Los docentes viven atormentados y les gusta atormentar con su música estridente pues pareciera que  que no quiere que los estudiantes amen el conocimiento, quieren imponerlo, quieren que se dé de inmediato, quieren calificarlo, piensan que en vez de ser una fiesta  divertida es un concurso para los mejores; esos maestros, a veces grandes bailarines, le hacen mucho daño al aprendizaje y a la enseñanza, educan el miedo, buscan el enojo.
 
La no exigencia, la no directividad no tiene nada que ver con la decisión responsable de construir en el otro, yo no soy dictador de lecciones, yo no soy reproductor de textos, soy quien invita, soy quien propone y eso me ha exigido aprender más, buscar nuevos ritmos, distintas versiones, mejorar mis habilidades, al no ser exigente no soy irresponsable, soy antiautoritario, me gusta conciliar y orientar, así concibo el acto pedagógico.
 
Me detuve a ver la niña desconsolada que pedía menos exigencia, miré al colega indignado "con la falta de unidad de criterios" entre los profes, entonces me fuí dando cuenta que esa no era mi fiesta, que seguiría mejor y más cómodo con mis estudiantes, esos que han sabido coger el paso, esos que me han hecho aprender nuevos ritmos,  y entendí que junto a ellos hemos hecho una verdadera fiesta del aprender, nos  gozamos el conocimiento.  Hay algunos de ellos que bailan rico y sabroso, hay otros que lo están intentando.
 
La evaluación, cierto se me olvidaba, esa la da la vida, gente feliz hará más gente feliz, los felices harán mejor su trabajo, los felices serán mejores parejas, mejores padres, mejores hijos, distintos a ese que sufre a diario porque vive en una competencia  perpetua.
 
Lo que debería comprender el profesor riguroso es que no todos los estudiantes irán a su ritmo, que el ritmo no se impone, se construye; lo que debe entender la estudiante es que entre más y mejores ritmos aprenda mejor danzarina será, si quiere ser danzarina, en tal caso que no permanecerá sentada durante toda la fiesta, será una espectadora.
 
Lo que debo aprender yo es a no dejarme afectar por las fiestas aburridas del regaño y la nota; no importa que me comparen mi estilo de bailar, lo importante es que los invitados disfruten del momento de aprender.
 
Makamoro.
 
 
 
 
 
 
 

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